lunes, 3 de octubre de 2011

LO NATURAL Y LO ARTIFICIAL


  JACQUES MONOD

La distinción entre objetos artificiales y objetos naturales nos parece 
inmediata y sin ambigüedad. (...) (Los primeros son) artefactos (1). Cuando 
se analicen estos juicios, se vará sin embargo que no son inmediatos ni 
estrictamente objetivos. (...) El objeto (artificial) materializa la 
intención preexistente que lo ha creado y su forma se explica por la 
performance (2) que era esperada incluso antes de que se cumpliera. (..) 
(En cambio para los objetos naturales creemos que nada de esto se cumple 
pues) sabemos o pensamos han sido configurados por el libre juego de 
fuerzas físicas a las que no sabríamos atribuir ningún 'proyecto'. Todo 
ello suponiendo que aceptamos el postulado base del método científico: la 
Naturaleza es objetiva y no proyectiva. 
Es, pues, por referencia a nuestra propia actividad, conciente y 
proyectiva, por ser nosotros mismos fabricantes de artefactos, que 
calibramos lo 'natural' o lo 'artificial' de un objeto cualquiera. ¿Sería 
entonces posible definir por criterios objetivos y generales las 
características de los objetos artificiales, productos de una actividad 
proyectiva consciente, por oposición a los objetos naturales, resultantes 
del juego gratuito de las fuerzas físicas? Para asegurarse de la entera 
objetividad de los criterios escogidos, lo mejor sería sin duda preguntarse 
si, utilizándolos, se podría redactar un programa que permitiera a una 
calculadora distinguir un artefacto de un objeto natural. (...) 
(Supongamos que una misión a Marte planea averiguar si éste ha sido 
habitado por seres inteligentes capaces de una actividad proyectiva, y para 
ello requiere un programa como el antedicho) Para descubrir tal actividad, 
(...) son evidentemente (...) (los) productos (de estos supuestos 
habitantes) lo que se debería reconocer, por diferentes que sean de los 
frutos de la industria humana. Desconociéndolo todo de la naturaleza de 
tales seres, y de los proyectos que podrían haber concebido, será necesario 
que el programa no utilice más que criterios muy generales, basados 
exclusivamente en la estructura y la forma de los objetos examinados, 
prescindiendo de su función eventual. 
Vemos que los criterios de regularidad se consideraría el hecho de que los 
objetos naturales, configurados por el juego de las fuerzas físicas, no 
presentan casi nunca estructuras geométricas simples: superficies planas, 
aristas rectilíneas, ángulos rectos, simetrías exactas por ejemplo; 
mientras que los artefactos presentarían en general tales características, 
aunque sólo fuera de forma aproximada y rudimentaria. 
El criterio de repetición será sin duda el más decisivo. Materializando un 
proyecto, artefactos homólogos, destinados al mismo uso, reproducen 
renovadamente, de modo muy aproximado, las intenciones constantes de su 
creador. Bajo este punto de vista, el descubrimiento de numerosos objetos 
de formas bastante bien definidas sería pues muy significativo. 
Tales podrían ser, descritos brevemente, los criterios generales 
utilizables. Debe precisarse, además, que los objetos a examinar serían de 
dimensiones macroscópicas (...) (entiéndase medible en centímetros) (...) 
(ya que) a escala microscópica (entiéndase medible en Angström) se tendría 
acceso a estructuras atómicas o meleculares cuyas geometrías simples y 
repetitivas no testimoniarían evidentemente una intención consciente y 
racional, sino las leyes químicas. 
  
(1) En sentido propio: productos del arte, de la industria. 
(2) En general, el autor, da a 'performance' un sentido próximo a logro, a 
ejecución conseguida. (N de T) 
 
LAS DIFICULTADES DE UN PROGRAMA ESPACIAL 
  
(...) Invirtamos nuestras hipótesis, e imaginemos que la máquina (y el 
programa) ha sido construida por los expertos de la NASA marciana, deseosos 
de detectar en la Tierra los testimonios de una actividad organizada, 
creadora de artefactos.  Y supongamos (que la nave espacial aterriza cerca 
de Barbizon, Francia) (...) La máquina examina y compara las 2 series de 
objetos más destacables de los alrededores: las casas (...) y las peñas de 
Barbizon. (...) Utilizando los criterios (...) (mencionados) decidirá 
fácilmente que las peñas son objetos naturales, mientras que las casas son 
artefactos. 
(Seguidamente) (...) la máquina examina unos pequños guijarros, 
descubriendo al lado de ellos cristales, por ejemplo de cuarzo. Siguiendo 
los mismos criterios, deberá evidentemente llegar a la conclusión de que, 
si bien los guijarros son naturales, los cristales de cuarzo son objetos 
artificiales. Juicio que parece justificar un 'error' en la estructura del 
programa. 'Error' cuyo origen además es interesante: (...) El cristal (...) 
es la (fiel) expresión macroscópica de una estructura microscópica. Este 
'error' sería por otra parte fácil de eliminar ya que todas las estructuras 
cristalinas posibles son conocidas. 
Pero supongamos que la máquina estudia ahora otro tipo de objeto: una 
colmena de abejas silvestres, por ejemplo. Encontraría evidentemente todos 
los criterios de un origen artificial: estructuras geométricas simples y 
repetitivas del panal y de las células constituyentes, por lo que la 
colmena sería clasificada en la misma categoría de objetos que las casas de 
Barbizon. ¿Qué pensar de este juicio? Sabemos que la colmena es 
'artificial' en el sentido que representa el producto de la actividad de 
las abejas. Mas tenemos buenas razones para creer que esta actividad es 
estrictamente automática, actual pero no conscientemente proyectiva. 
Además, como buenos naturalistas, consideramos a las abejas como seres 
'naturales'. ¿No hay pues una contradicción flagrante al considerar como 
'artificial' el producto de la actividad automática de un ser 'natural'? 
(...) Si la máquina examina ahora no la colmena, sino las mismas abejas, no 
podrá ver más que objetos artificiales altamente elaborados. El examen más 
superficial revelará elementos de simetría simple: bilateral y 
translacional. Además y sobre todo, examinando abeja tras abeja, el 
programa observará que la extrema complijidad de su estructura (número y 
posición de los pelos abdominales, por ejemplo, o nerviaciones de las alas) 
se encuentra reproducida en todos los individuos con una extraordinaria 
fidelidad. Prueba segura de que estos seres son los productos de una 
actividad deliberada, constructiva y del orden más refinado. La máquina, 
sobre la base de tan decisivos documentos, no podría más que señalar a los 
oficiales de la NASA marciana su descubrimiento, en la Tierra, de una 
industria mucho más evolucionada que la suya. 
El rodeo que hemos efectuado (...) estaba destinado a ilustrar (...) (que) 
en efecto, sobre la base de criterios estructurales (macroscópicos) es sin 
duda imposible llegar a una definición de lo artificial que, incluyendo 
todos los 'verdaderos' artefactos, como los productos de la industria 
humana, excluya objetos tan evidentemente naturales como las estructuras 
cristalinas, así como los seres vivientes mismos, que no obstante 
querríamos igualmente clasificar entre los sistemas naturales. 
Reflexionando sobre la causa de las confusiones (¿aparentes?)  a las que 
conduce el programa, se pensará sin duda que ellas surgen por la limitación 
a que hemos sometido el mismo al ceñirnos a las consideraciones de forma, 
de estructura, de geometría, privando de este modo a la noción de objeto 
artificial de su contenido esencial: que un objeto de este tipo se define, 
se explicó al principio, por la función que está destinado a cumplir, por 
la 'performance' que espera su inventor. Sin embargo se verá en seguida que 
programando en adelante la máquina para que estudie no sólo la estructura, 
sino las performances eventuales de los objetos examinados, se llegará a 
resultados aún más engañosos. 
  
OBJETOS DOTADOS DE UN PROYECTO 
  
Supongamos (...) (que la máquina analiza correctamente) las estructuras y 
las performances de 2 series de objetos, tales como caballos corriendo en 
un campo y automóviles circulando por una carretera. El análisis llevará a 
la conclusión de que estos objetos son comparables, en cuanto están 
concebidos unos y otros para ser capaces de realizar desplazamientos 
rápidos, aunque sobre superficies diferentes, lo que demuestra sus 
diferencias de estructura. Y si para tomar otro ejemplo, proponemos a la 
máquina comparar las estructuras y las performances del ojo de un 
vertebrado con las de un aparato fotográfico, el programa no podrá más que 
reconocer las profundas analogías; lentes, diafragma, obturador, pigmentos 
fotosensibles: los mismos componentes no pueden haberse dispuesto, en los 2 
objetos, más que con vistas a obtener performances muy parecidas. 
He citado este ejemplo, clásico, de adaptación funcional en los seres 
vivos, para subrayar lo estéril y arbitrario de querer negar que el órgano 
natural, el ojo, representa el término de un 'proyecto' (el de captar 
imágenes) tan claro como el que llevó a la consecución del aparato 
fotográfico. Por lo que sería absurdo no llegar, en un último análisis, a 
la conclusión de que el proyecto que 'explica' el aparato no sea el mismo 
que dio al ojo su estructura. Todo artefacto es un producto de la actividad 
de un ser vivo que expresa así, y de forma particularmente evidente, una de 
las propiedades fundamentales que caracterizan sin excepción a todos los 
seres vivos: la de ser objetos dotados de un proyecto que a la vez 
representan en sus estructuras y cumplen con sus performances (tales como, 
por ejemplo, la creación de artefactos). 
En vez de rehusar esta noción (como ciertos biólogos han intentado hacer), 
es por el contrario indispensable reconocerla como esencial a la definición 
misma de los seres vivos. Diremos que éstos se distinguen de todas las 
demás estructuras de todos los sistemas presentes en el universo por esta 
propiedad que llamaremos teleonomía. 
Se notará sin embargo que esta condición, aunque necesaria para la 
definición de los seres vivos, no es suficiente ya que no propone criterios 
objetivos que permitan distinguir los seres vivientes de los artefactos, 
productos de su actividad. 
No basta con señalar que el proyecto que da vida a un artefacto pertenece 
al animal que lo ha creado, y no al objeto artificial. Esta noción evidente 
es todavía demasiado subjetiva, y la prueba de ello es que sería difícil de 
utilizar en el programa de una calculadora: ¿cómo sabría que el proyecto de 
captar imágenes (proyecto representado por un aparato fotográfico) 
pertenece a un objeto aparte del mismo aparato? Por el solo examen de la 
estructura acabada y el análisis de sus performances, es posible 
identificar el proyecto pero no su autor. 
Para lograrlo, es preciso un programa que estudie no sólo el objeto actual, 
sino su origen, su historia y, para empezar, su modo de construcción. Nada 
se opone, al menos en principio, a que un programa así pueda ser formulado. 
Aunque incluso bastante primitivo, este programa permitiría discernir, 
entre un artefacto por perfecionado que fuera y un ser vivo, una diferencia 
radical. La máquina no podría en efecto dejar de constatar que la 
estructura macroscópica de un artefacto (se trate de un panal, de una presa 
erigida por castores, de un hacha paleolítica o de un vehículo espacial) es 
el resultado de la aplicación a los materiales que lo constituyen, de 
fuerzas exteriores al mismo objeto. La estructura macroscópica, una vez 
acabada, no atestigua las fuerzas de cohesión internas entre átomos o 
moléculas que constituyen el material (y no le confieren más que sus 
propiedades generales de densidad, dureza, ductilidad, etc.), sino las 
fuerzas externas que lo han configurado.  
  
MÁQUINAS QUE SE CONSTRUYEN A SÍ MISMAS 
  
El programa, en contrapartida, deberá registrar el hecho de que la 
estructura de un ser vivo resulta de un proceso totalmente diferente en 
cuanto no debe casi nada a la acción de las fuerzas exteriores, y en cambio 
lo debe (casi) todo, desde la forma general al menor detalle, a 
interacciones 'morfogenéticas' internas al mismo objeto. Estructura 
testimoniando pues un determinismo autónomo, preciso, riguroso, implicando 
una 'libertad' casi total con respecto a los agentes o a las condiciones 
externas, capaces seguramente de trastornar este desarrollo, pero incapaces 
de dirigirlo o de imponer al objeto viviente su organización. Por el 
carácter autónomo y espontáneo de los procesos morfogenéticos que 
construyen la estructura macroscópica de los seres vivos, éstos se 
distinguen absolutamente de los artefactos, así como también de la mayoría 
de los objetos naturales, en los que la morfología macroscópica resulta en 
gran parte de la acción de agentes externos. Esto tiene una excepción: los 
cristales, cuya geometría característica refleja las interaccciones 
microscópicas internas al mismo objeto. Por este criterio tan sólo, los 
cristales serían pues clasificados junto a los seres vivientes, mientras 
que artefactos y objetos naturales, configurados unos y otros por agentes 
externos, constituirían otra clase. 
Que por este criterio, así como por el de la regularidad y el de la 
repetición, sean agrupadas las estructuras cristalinas y las de los seres 
vivos, podría hacerse meditar al programador, incluso ignorando la moderna 
biología: debería preguntarse si las fuerzas internas que confieren su 
estructura macroscópica a los seres vivos no serían de la misma naturaleza 
que las interacciones microscópicas responsables de las morfologías 
cristalinas. Ello es realmente así y constituye uno de los principales 
temas desarrollados en los siguientes capítulos del presente ensayo. Por el 
momento, buscamos definir por criterios absolutamente generales las 
propiedades macroscópicas que diferencian los seres vivos de todos los 
demás objetos del universo. 
Habiendo 'descubierto' que un determinismo interno, autónomo, asegura la 
formación de las estruxcturas extremadamente complejas de los seres 
vivientes, nuestro programador, ignorando la biología, pero experto en 
informática, debería ver necesariamente que tales estructuras representan 
una cantidad considerable de información de la que falta identificar la 
fuente: porque toda información expresada, o recibida, supone un emisor. 
  
MÁQUINAS QUE SE REPRODUCEN 
  
Admitamos que, prosiguiendo su encuesta, haga en fin su último 
descubrimiento: que el emisor de la información expresada en la estructura 
de un ser vivo es siempre  otro objeto idéntico al primero. Él ha 
identificado ahora la fuente y descubierto una trecera propiedad destacable 
de estos objetos: el poder de reproducir y transmitir ne varietur la 
información correspondiente a su propia estructura. Información muy rica, 
ya que describe una organización excesivamente compleja, pero integralmente 
conservada de una generación a la otra. Designaremos esta propiedad con el 
nombre de 'reproducción invariante' o simplemente 'invariancia'. 
Se verá aquí que, por la propiedad de la reproducción invariante, los seres 
vivos y las estructuras cristalinas se encuentran una vez más asociadas y 
opuestas a los demás objetos conocidos del universo. Se sabe en efecto que 
ciertos cuerpos, en solución sobresaturada, no cristalizan, a menos que no 
se hayan inoculado a la solución gérmenes de cristales. Además, cuando se 
trata de un cuerpo capaz de cristalizar en 2 sistemas diferentes, la 
estructura de los cristales que aparecerán en la solución será determinada 
por la de los gérmenes empleados. Sin embargo, las estructuras cristalinas 
representan una cantidad de información muy inferior a la que se transmite 
de generación en generación en los seres vivos más simples que conocemos. 
Este criterio, puramente cuantitativo, es necesario subrayarlo, permite 
distinguir a los seres vivientes de todos de todos los otros objetos, entre 
los que no se incluyen los cristales. 
  
*   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   * 
  
Abandonamos ahora el programador marciano, sumido en sus reflexiones y 
supuesto ignorante de la biología. Esta experiencia imaginaria tenía por 
objeto el constreñirnos a 'redescubrir' las propiedades más generales que 
caracterizan a los seres vivos y que los distinguen del resto del universo. 
Reconocemos ahora que sabemos la suficiente biología (suponiendo que hoy se 
la pueda conocer) para analizar de más cerca e intentar definir de forma 
más precisa, si es posible cuantitativa, las propiedades en cuestión. Hemos 
encontrado 3: teleonomía, morfogénesis autónoma, invariancia reproductiva. 
  
LAS PROPIEDADES EXTRAÑAS: INVARIANCIA Y TELEONOMÍA 
  
De estas 3 propiedades, la invariancia reproductiva es la más fácil de 
definir cuantitativamente. Ya que se trata de la capacidad de reproducir 
una estructura de alto grado de orden, y ya que el grado de orden de una 
estructura puede definirse en unidades de información, diremos que el 
'contenido de invariancia de una especie dada es igual a la cantidad de 
información que, transmitida de una generación a otra, asegura la 
conservación de la norma estructural específica. Veremos que es posible, 
mediante ciertas hipótesis, llegar a una estimación de esta magnitud. 
Supuesto que, resultará más sencillo comprender más claramente la noción 
que se impone con la más inmediata evidencia por el examen de las 
estructuras y de las performances de los seres vivos: la de la teleonomía. 
Noción que, sin embargo, se revela al análisis profundamente ambigua, ya 
que implica la idea subjetiva de 'proyecto'. Recordemos el ejemplo del 
aparato fotográfico: si admitimos que la existencia de este objeto y su 
estructura realizan el 'proyecto' de captar imágenes, debemos evidentemente 
admitit que un 'proyecto' parecido se cumple en la emergencia del ojo de un 
vertebrado. 
Mas todo proyecto particular, sea cual sea, no tiene sentido sino como 
parte de un proyecto más general. Todas las adaptaciones funcionales de los 
seres vivos como también todos los artefactos configurados por ellos 
cumplen proyectos particulares que es posible considerar como aspectos o 
fragmentos de un proyecto primitivo único, que es la conservación y la 
multiplicación de la especie. 
Para ser más precisos, escogeremos arbitrariamente definir el proyecto 
teleonómico esencial como consistente en la transmisión, de una generación 
a otra, del contenido de invariancia característico de la especie. Todas 
las estructuras, todas las performances, todas las actividades que 
contribuyen al éxito del proyecto esencial serán llamadas 'teleonómicas'. 
Esto permite proponer una definición de principio del 'nivel' teleonómico 
de una especie. Se puede, en efecto, considerar que todas las estructuras 
corresponden a una cierta cantidad de información que debe ser transferida 
para que estas estructuras sean realizadas y estas performances cumplidas. 
Llamemos a esta cantidad 'la información teleonómica'. Se puede entonces 
considerar que el 'nivel teleonómico' de una especie dada corresponde a la 
cantidad de información que debe ser transferida, proporcionalmente, por 
individuo, para asegurar la transmisión a la generación siguiente del 
contenido específico de invariancia reproductiva. 
Se verá fácilmente que el cumplimiento de un proyecto teleonómico 
fundamental (es decir, la reproducción invariante) pone en marcha, en 
diferentes especies y grados de la escala animal, estructuras y 
performances variadas, más o menos elaboradas y complejas. Es preciso 
insistir sobre el hecho de que no se trata sólo de las actividades 
directamente ligadas a la reproducción propiamente dicha, sino de todas las 
que contribuyen, aunque sea muy indirectamente, a la sobrevivencia y a la 
multiplicación de la especie. El juego, por ejemplo, en los jóvenes de 
mamíferos superiores, es un elemento importante de desarrollo físico y de 
inserción social. Hay pues un valor teleonómico como participante en la 
cohesión del grupo, condición de su supervvencia y de la expansión de la 
especie. Es el grado de complejidad de todas estas estructuras o 
performances, concebidas para servir al proyecto teleonómico, lo que se 
trata de averiguar. 
Esta magnitud teóricamente definible no es medible en la práctica. Permite 
al menos ordenar groseramente diferentes especies o grupos sobre una 
'escala teleonómica'. Para tomar un ejemplo extremo, imaginemos un poeta 
enamorado y tímido que no osa declara su amor a la mujer que ama y sólo 
sabe expresar simbólicamente su deseo en los poemas que le dedica. 
Supongamos que la dama, al fin seducida por estos refinados homenajes, 
consiente en hacer el amor con el poeta. Sus poemas habrán contribuído al 
éxito del proyecto esencial y lainformación que contenían debe pues ser 
contabilizada en la suma de performances teleonómicas que aseguran la 
transmisión de la invariancia genética. 
Está claro que el éxito del proyecto no comporta ninguna performance 
análoga en otras especies animales, en el ratón por ejemplo. Pero, y este 
punto es importante, el contenido de invariancia genética es casi el mismo 
en el ratón y en el hombre (y en todos los mamíferos). Las 2 magnitudes que 
hemos intentado definir son pues totalmente distintas. 
  
Esto nos conduce a considerar una cuestión muy importante que concierne las 
relaciones entre las 3 propiedades que hemos reconocido como 
características de los seres vivos: teleonomía, morfogénesis autónoma e 
invariancia. El hecho de que el programa utilizado las haya identificado 
sucesiva e independientemente no prueba que no sean simplemente 3 
manifestaciones de la misma y única propiedad fundamental y secreta, 
inaccesible a toda observación directa. Si este fuera el caso, distinguir 
entre estas propiedades, buscar definiciones diferentes, podría ser 
ilusorio y arbitrario. Lejos de dar luz sobre los verdaderos problemas, de 
centrarse en el 'secreto de la vida', de realmente disecarlo, no estaríamos 
más que exorcizándolo. 
Es absolutamente verdadero que estas 3 propiedades están estrechamente 
asociadas en todos los seres vivientes. La invariancia genética no se 
expresa y no se revela más que a través y gracias a la morfogénesis 
autónoma de la estructura que constituye el aparato teleonómico. 
  
Una primera observación se impone: el estatuto de estas 3 nociones no es el 
mismo. Si la invariancia y la teleonomía son efectivamente 'propiedades' 
características de los seres vivos, la estructuración espontánea debe más 
bien ser considerada como un mecanismo. Veremos además, en los capítulos 
siguientes, que este mecanismo interviene tanto en la reproducción de la 
información invariante como en la construcción de las estructuras 
teleonómicas. 
Que este mecanismo en definitiva rinda cuenta de las 2 propiedades no 
implica sin embargo que deban ser confundidas. Es posble, es de hecho 
metodológicamente indispensable, distinguirlas y esto por varias razones. 
1) Se puede al menos imaginar objetos capaces de reproducción invariante, 
incluso desprovistos de todo aparato teleonómico. Las estructuras 
cristalinas pueden ser un ejemplo, a un nivel de complejidad muy inferior, 
por cierto, al de todos los seres vivos conocidos. 
2) La distinción entre teleonomía e invariancia no es una simple 
abstracción lógica. Ella está justificada por consideraciones químicas. En 
efecto, de las 2 clases de macromoléculas biológicas esenciales, una, la de 
las proteínas, es responsable de casi todas las estructuras y performances 
teleonómicas, mientras que la invariancia genética está ligada 
exclusivamente a la otra clase, la de los ácidos nucleicos. 
3) Como se verá en el capítulo siguiente, esta distinción es, 
explícitamente o no, supuesta en todas las teorías, en todas las 
construcciones ideológicas (religiosas, científicas o metafísicas) 
relativas a la biósfera y a sus relaciones con el resto del universo. 
  
*   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   * 
  
Los seres vivos son objetos extraños. Los hombres, de todos los tiempos, 
han debido más o menos confusamente saberlo. El desarrollo de las ciencias 
de la naturaleza a partir del siglo XVII, su expansión a partir del siglo 
XIX, lejos de borrar esta impresión de extrañeza, la volvían aún más aguda. 
Respecto a las leyes físicas que rigen los sistemas macroscópicos, la misma 
existencia de los seres vivos parecía constituir una paradoja, violar 
ciertos principios fundamentales sobre los que se basa la ciencia moderna. 
¿Cuáles exactamente? Esto no parece aún resuelto. Se trata pues de analizar 
precisamente la naturaleza de esa o esas 'paradojas'. Ello nos dará la 
ocasión de precisar el estatuto, respecto las leyes físicas, de las 2 
propiedades esenciales que caracterizan a los seres vivos: la invariancia 
reproductiva y la teleonomía. 
  
LA 'PARADOJA' DE LA INVARIANCIA 
  
La invariancia parece, en efecto, desde el principio, constituir una 
propiedad profundamente paradójica, ya que la conversación, la 
reproducción, la multiplicación de las estructuras altamente ordenadas 
parecen incompatibles con el segundo principio de la termodinámica. Este 
principio impone, en efecto, que todo sistema macroscópico no pueda 
evolucionar más que en el sentido de la degradación del orden que lo 
caracteriza (3). 
No obstante, esta predicción del segundo principio no es válida, y 
verificable, sino considerando la evolución de conjunto de un sistema 
'energéticamente aislado'. En el seno de un sistema así, en una de sus 
fases, se podrá observar la formación y el crecimiento de estructuras 
ordenadas sin que por tanto la evolución de conjunto del sistema deje de 
obedecer al segundo principio. El mejor ejemplo nos lo da la cristalización 
de una solución saturada. La termodinámica de tal sistema es bien conocida. 
El crecimiento local de orden que representa el ensamblaje de moléculas 
inicialmente desordenadas en una red cristalina perfectamente definida es 
'pagado' por una transferencia de energía térmica de la fase cristalina a 
la solución: la entropía (el desorden) del sistema en su conjunto aumenta 
en la cantidad prescrita por el segundo principio. 
Este ejemplo muestra que un crecimiento local de orden, en el seno de un 
sistema aislado, es compatible con el segundo principio. Hemos subrayado, 
sin embargo, que el grado de orden que representa un organismo, incluso el 
más simple, es incomparablemente más elevado que el que define un cristal. 
Es preciso preguntarse si la conservación y la multiplicación invariante de 
tales estructuras es igualmente compatible con el segundo principio. Es 
posible verificarlo por una experiencia en gran modo comparable a la de la 
cristalización. 
Tomemos un mililitro de agua conteniendo algunos miligramos de azúcar 
simple, como la glucosa, así como sales minerales que comprendan los 
elementos esenciales partícipes de la composición de los constituyentes 
químicos de los seres vivos (nitrógeno, fósforo, azufre, etc.). Sembremos 
en este medio una bacteria de la especie Escherichia coli, por ejemplo 
(longitud 2m , peso 5x10 a la -13 g aproximadamente). En el espacio de 36 
horas la solución contendrá miles de millones. Constataremos que alrededor 
del 40 % de azúcar ha sido oxidado a CO2 y H2O. Efectuando el experimento 
en un calorímetro se puede determinar el balance termodinámico de la 
operación y constatar que, como en el caso de la cristalización, la 
entropía del conjunto del sistema (bacterias+medio) ha aumentado un poco 
más que el mínimo prescrito por el segundo principio. Así, mientras que la 
estructura extremadamente compleja que representa la célula bacteriana ha 
sido no solamente conservada sino multiplicada millares de millones de 
veces, la deuda termodinámica que corresponde a la operación ha sido 
debidamente regularizada. 
No hay, pues, ninguna violación definible o mesurable del segundo 
principio. Sin embargo, asistiendo a este fenómeno, nuestra intuición 
física no puede dejar de turbarse y de percibir, todavía más que antes del 
experimento, toda la rareza. ¿Por qué? Porque vemos claramente que este 
proceso está desviado, orientado en una dirección exclusiva: la 
multiplicación de las células. Éstas, ciertamente, no violan las leyes de 
la termodinámica, todo lo contrario. No se contentan con obedecerlas; las 
utilizan, como lo haría un buen ingeniero, para cumplir con la máxima 
eficacia el proyecto, realizar 'el sueño' (F.Jacob) de toda célula: devenir 
células. 
  
LA TELEONOMÍA Y EL PRINCIPIO DE OBJETIVIDAD 
  
Se ensayará, en un próximo capítulo, dar una idea de la complejidad, del 
refinamiento y de la eficacia de la maquinaria química necesaria para la 
realización de este proyecto que exige la síntesis de varias centenas de 
constituyentes orgánicos diferentes, su ensamblaje en varios millares de 
especies macromoleculares, la movilización y la utilización, allá donde sea 
necesario, del potencial químico liberado por la oxidación del azúcar, la 
construcción de los orgánulos celulares. No hay, sin embargo, ninguna 
paradoja física en la reproducción invariante de estas estructuras: el 
precio termodinámico de la invariancia está pagado, lo más exactamente 
posible, gracias a la perfección del aparato teleonómico que, avaro de 
calorías, alcanza en su tarea infinitamente compleja un rendimiento 
raramente igualado por las máquinas humanas. Este aparato es enteramente 
lógico, maravillosamente racional, perfectamente adaptado a su proyecto: 
conservar y reproducir la norma estructural. Y ello, no transgrediendo, 
sino explotando las leyes físicas en beneficio exclusivo de su 
idiosincrasia personal. Es la existencia misma de este proyecto, a la vez 
cumplido y perseguido por el aparato teleonómico lo que constituye el 
'milagro'. ¿Milagro? No, la verdadera cuestión se plantea a otro nivel, más 
profundo, que el de las leyes físicas: es el de nuestro entendimiento, de 
la intuición que tenemos del fenómeno de lo que se trata. No hay en verdad 
paradoja o milagro: simplemente una flagrante contradicción epistemológica. 
La piedra angular del método científico es el postulado de la objetividad 
de la Naturaleza. Es decir, la negativa sistemática de considerar capaz de 
conducir a un conocimiento 'verdadero' toda interpretación de los fenómenos 
dada en términos de cusas finales, es decir de 'proyecto'. Se puede datar 
exactamente el descubrimiento de este principio. La formulación, por 
Galileo y Descartes, del principio de inercia, no fundaba sólo la mecánica, 
sino la epistemología de la ciencia moderna, aboliendo la física y la 
cosmología de Aristóteles. Cierto: ni la razón, ni la lógica, ni la 
experiencia, ni incluso la idea de su confrontación sistemática hab´+ian 
faltado a los predecesores de Descartes. Pero la ciencia, tal como la 
entendemos hoy, no podía constituirse sobre estas únicas bases. Le faltaba 
todavía la austera censura planteada por el postulado de objetividad. 
Postulado puro, por siempre indemostrable, porque evidentemente es 
imposible imaginar una experiencia que pudiera probar la no existencia de 
un proyecto, de un fin perseguido, en cualquier parte de la naturaleza. 
Mas el postulado de objetividad es consustancial a la ciencia, ha guiado 
todo su prodigioso desarrollo desde hace 3 siglos. Es imposible 
desembarazarse de él, aunque sólo sea provisionalemente, o en un ámbito 
limitado, sin salir del de la misma ciencia. 
La objetividad, sin embargo, nos obliga a reconocer el carácter teleonómico 
de los seres vivos, a admitir que en sus estructuras y performances 
realizan y prosiguen un proyecto. Hay pues allí, al menos en apariencia, 
una contradicción epistemológica profunda. El problema central de la 
biología es esta contradicción, que se trata de resolver si es que no es 
más que aparente, o de declararla radicalmente insoluble si así 
verdaderamente resulta ser.  
 

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