JACQUES MONOD
La distinción entre objetos artificiales y objetos naturales nos parece
inmediata y sin ambigüedad. (...) (Los primeros son) artefactos (1). Cuando
se analicen estos juicios, se vará sin embargo que no son inmediatos ni
estrictamente objetivos. (...) El objeto (artificial) materializa la
intención preexistente que lo ha creado y su forma se explica por la
performance (2) que era esperada incluso antes de que se cumpliera. (..)
(En cambio para los objetos naturales creemos que nada de esto se cumple
pues) sabemos o pensamos han sido configurados por el libre juego de
fuerzas físicas a las que no sabríamos atribuir ningún 'proyecto'. Todo
ello suponiendo que aceptamos el postulado base del método científico: la
Naturaleza es objetiva y no proyectiva.
Es, pues, por referencia a nuestra propia actividad, conciente y
proyectiva, por ser nosotros mismos fabricantes de artefactos, que
calibramos lo 'natural' o lo 'artificial' de un objeto cualquiera. ¿Sería
entonces posible definir por criterios objetivos y generales las
características de los objetos artificiales, productos de una actividad
proyectiva consciente, por oposición a los objetos naturales, resultantes
del juego gratuito de las fuerzas físicas? Para asegurarse de la entera
objetividad de los criterios escogidos, lo mejor sería sin duda preguntarse
si, utilizándolos, se podría redactar un programa que permitiera a una
calculadora distinguir un artefacto de un objeto natural. (...)
(Supongamos que una misión a Marte planea averiguar si éste ha sido
habitado por seres inteligentes capaces de una actividad proyectiva, y para
ello requiere un programa como el antedicho) Para descubrir tal actividad,
(...) son evidentemente (...) (los) productos (de estos supuestos
habitantes) lo que se debería reconocer, por diferentes que sean de los
frutos de la industria humana. Desconociéndolo todo de la naturaleza de
tales seres, y de los proyectos que podrían haber concebido, será necesario
que el programa no utilice más que criterios muy generales, basados
exclusivamente en la estructura y la forma de los objetos examinados,
prescindiendo de su función eventual.
Vemos que los criterios de regularidad se consideraría el hecho de que los
objetos naturales, configurados por el juego de las fuerzas físicas, no
presentan casi nunca estructuras geométricas simples: superficies planas,
aristas rectilíneas, ángulos rectos, simetrías exactas por ejemplo;
mientras que los artefactos presentarían en general tales características,
aunque sólo fuera de forma aproximada y rudimentaria.
El criterio de repetición será sin duda el más decisivo. Materializando un
proyecto, artefactos homólogos, destinados al mismo uso, reproducen
renovadamente, de modo muy aproximado, las intenciones constantes de su
creador. Bajo este punto de vista, el descubrimiento de numerosos objetos
de formas bastante bien definidas sería pues muy significativo.
Tales podrían ser, descritos brevemente, los criterios generales
utilizables. Debe precisarse, además, que los objetos a examinar serían de
dimensiones macroscópicas (...) (entiéndase medible en centímetros) (...)
(ya que) a escala microscópica (entiéndase medible en Angström) se tendría
acceso a estructuras atómicas o meleculares cuyas geometrías simples y
repetitivas no testimoniarían evidentemente una intención consciente y
racional, sino las leyes químicas.
(1) En sentido propio: productos del arte, de la industria.
(2) En general, el autor, da a 'performance' un sentido próximo a logro, a
ejecución conseguida. (N de T)
LAS DIFICULTADES DE UN PROGRAMA ESPACIAL
(...) Invirtamos nuestras hipótesis, e imaginemos que la máquina (y el
programa) ha sido construida por los expertos de la NASA marciana, deseosos
de detectar en la Tierra los testimonios de una actividad organizada,
creadora de artefactos. Y supongamos (que la nave espacial aterriza cerca
de Barbizon, Francia) (...) La máquina examina y compara las 2 series de
objetos más destacables de los alrededores: las casas (...) y las peñas de
Barbizon. (...) Utilizando los criterios (...) (mencionados) decidirá
fácilmente que las peñas son objetos naturales, mientras que las casas son
artefactos.
(Seguidamente) (...) la máquina examina unos pequños guijarros,
descubriendo al lado de ellos cristales, por ejemplo de cuarzo. Siguiendo
los mismos criterios, deberá evidentemente llegar a la conclusión de que,
si bien los guijarros son naturales, los cristales de cuarzo son objetos
artificiales. Juicio que parece justificar un 'error' en la estructura del
programa. 'Error' cuyo origen además es interesante: (...) El cristal (...)
es la (fiel) expresión macroscópica de una estructura microscópica. Este
'error' sería por otra parte fácil de eliminar ya que todas las estructuras
cristalinas posibles son conocidas.
Pero supongamos que la máquina estudia ahora otro tipo de objeto: una
colmena de abejas silvestres, por ejemplo. Encontraría evidentemente todos
los criterios de un origen artificial: estructuras geométricas simples y
repetitivas del panal y de las células constituyentes, por lo que la
colmena sería clasificada en la misma categoría de objetos que las casas de
Barbizon. ¿Qué pensar de este juicio? Sabemos que la colmena es
'artificial' en el sentido que representa el producto de la actividad de
las abejas. Mas tenemos buenas razones para creer que esta actividad es
estrictamente automática, actual pero no conscientemente proyectiva.
Además, como buenos naturalistas, consideramos a las abejas como seres
'naturales'. ¿No hay pues una contradicción flagrante al considerar como
'artificial' el producto de la actividad automática de un ser 'natural'?
(...) Si la máquina examina ahora no la colmena, sino las mismas abejas, no
podrá ver más que objetos artificiales altamente elaborados. El examen más
superficial revelará elementos de simetría simple: bilateral y
translacional. Además y sobre todo, examinando abeja tras abeja, el
programa observará que la extrema complijidad de su estructura (número y
posición de los pelos abdominales, por ejemplo, o nerviaciones de las alas)
se encuentra reproducida en todos los individuos con una extraordinaria
fidelidad. Prueba segura de que estos seres son los productos de una
actividad deliberada, constructiva y del orden más refinado. La máquina,
sobre la base de tan decisivos documentos, no podría más que señalar a los
oficiales de la NASA marciana su descubrimiento, en la Tierra, de una
industria mucho más evolucionada que la suya.
El rodeo que hemos efectuado (...) estaba destinado a ilustrar (...) (que)
en efecto, sobre la base de criterios estructurales (macroscópicos) es sin
duda imposible llegar a una definición de lo artificial que, incluyendo
todos los 'verdaderos' artefactos, como los productos de la industria
humana, excluya objetos tan evidentemente naturales como las estructuras
cristalinas, así como los seres vivientes mismos, que no obstante
querríamos igualmente clasificar entre los sistemas naturales.
Reflexionando sobre la causa de las confusiones (¿aparentes?) a las que
conduce el programa, se pensará sin duda que ellas surgen por la limitación
a que hemos sometido el mismo al ceñirnos a las consideraciones de forma,
de estructura, de geometría, privando de este modo a la noción de objeto
artificial de su contenido esencial: que un objeto de este tipo se define,
se explicó al principio, por la función que está destinado a cumplir, por
la 'performance' que espera su inventor. Sin embargo se verá en seguida que
programando en adelante la máquina para que estudie no sólo la estructura,
sino las performances eventuales de los objetos examinados, se llegará a
resultados aún más engañosos.
OBJETOS DOTADOS DE UN PROYECTO
Supongamos (...) (que la máquina analiza correctamente) las estructuras y
las performances de 2 series de objetos, tales como caballos corriendo en
un campo y automóviles circulando por una carretera. El análisis llevará a
la conclusión de que estos objetos son comparables, en cuanto están
concebidos unos y otros para ser capaces de realizar desplazamientos
rápidos, aunque sobre superficies diferentes, lo que demuestra sus
diferencias de estructura. Y si para tomar otro ejemplo, proponemos a la
máquina comparar las estructuras y las performances del ojo de un
vertebrado con las de un aparato fotográfico, el programa no podrá más que
reconocer las profundas analogías; lentes, diafragma, obturador, pigmentos
fotosensibles: los mismos componentes no pueden haberse dispuesto, en los 2
objetos, más que con vistas a obtener performances muy parecidas.
He citado este ejemplo, clásico, de adaptación funcional en los seres
vivos, para subrayar lo estéril y arbitrario de querer negar que el órgano
natural, el ojo, representa el término de un 'proyecto' (el de captar
imágenes) tan claro como el que llevó a la consecución del aparato
fotográfico. Por lo que sería absurdo no llegar, en un último análisis, a
la conclusión de que el proyecto que 'explica' el aparato no sea el mismo
que dio al ojo su estructura. Todo artefacto es un producto de la actividad
de un ser vivo que expresa así, y de forma particularmente evidente, una de
las propiedades fundamentales que caracterizan sin excepción a todos los
seres vivos: la de ser objetos dotados de un proyecto que a la vez
representan en sus estructuras y cumplen con sus performances (tales como,
por ejemplo, la creación de artefactos).
En vez de rehusar esta noción (como ciertos biólogos han intentado hacer),
es por el contrario indispensable reconocerla como esencial a la definición
misma de los seres vivos. Diremos que éstos se distinguen de todas las
demás estructuras de todos los sistemas presentes en el universo por esta
propiedad que llamaremos teleonomía.
Se notará sin embargo que esta condición, aunque necesaria para la
definición de los seres vivos, no es suficiente ya que no propone criterios
objetivos que permitan distinguir los seres vivientes de los artefactos,
productos de su actividad.
No basta con señalar que el proyecto que da vida a un artefacto pertenece
al animal que lo ha creado, y no al objeto artificial. Esta noción evidente
es todavía demasiado subjetiva, y la prueba de ello es que sería difícil de
utilizar en el programa de una calculadora: ¿cómo sabría que el proyecto de
captar imágenes (proyecto representado por un aparato fotográfico)
pertenece a un objeto aparte del mismo aparato? Por el solo examen de la
estructura acabada y el análisis de sus performances, es posible
identificar el proyecto pero no su autor.
Para lograrlo, es preciso un programa que estudie no sólo el objeto actual,
sino su origen, su historia y, para empezar, su modo de construcción. Nada
se opone, al menos en principio, a que un programa así pueda ser formulado.
Aunque incluso bastante primitivo, este programa permitiría discernir,
entre un artefacto por perfecionado que fuera y un ser vivo, una diferencia
radical. La máquina no podría en efecto dejar de constatar que la
estructura macroscópica de un artefacto (se trate de un panal, de una presa
erigida por castores, de un hacha paleolítica o de un vehículo espacial) es
el resultado de la aplicación a los materiales que lo constituyen, de
fuerzas exteriores al mismo objeto. La estructura macroscópica, una vez
acabada, no atestigua las fuerzas de cohesión internas entre átomos o
moléculas que constituyen el material (y no le confieren más que sus
propiedades generales de densidad, dureza, ductilidad, etc.), sino las
fuerzas externas que lo han configurado.
MÁQUINAS QUE SE CONSTRUYEN A SÍ MISMAS
El programa, en contrapartida, deberá registrar el hecho de que la
estructura de un ser vivo resulta de un proceso totalmente diferente en
cuanto no debe casi nada a la acción de las fuerzas exteriores, y en cambio
lo debe (casi) todo, desde la forma general al menor detalle, a
interacciones 'morfogenéticas' internas al mismo objeto. Estructura
testimoniando pues un determinismo autónomo, preciso, riguroso, implicando
una 'libertad' casi total con respecto a los agentes o a las condiciones
externas, capaces seguramente de trastornar este desarrollo, pero incapaces
de dirigirlo o de imponer al objeto viviente su organización. Por el
carácter autónomo y espontáneo de los procesos morfogenéticos que
construyen la estructura macroscópica de los seres vivos, éstos se
distinguen absolutamente de los artefactos, así como también de la mayoría
de los objetos naturales, en los que la morfología macroscópica resulta en
gran parte de la acción de agentes externos. Esto tiene una excepción: los
cristales, cuya geometría característica refleja las interaccciones
microscópicas internas al mismo objeto. Por este criterio tan sólo, los
cristales serían pues clasificados junto a los seres vivientes, mientras
que artefactos y objetos naturales, configurados unos y otros por agentes
externos, constituirían otra clase.
Que por este criterio, así como por el de la regularidad y el de la
repetición, sean agrupadas las estructuras cristalinas y las de los seres
vivos, podría hacerse meditar al programador, incluso ignorando la moderna
biología: debería preguntarse si las fuerzas internas que confieren su
estructura macroscópica a los seres vivos no serían de la misma naturaleza
que las interacciones microscópicas responsables de las morfologías
cristalinas. Ello es realmente así y constituye uno de los principales
temas desarrollados en los siguientes capítulos del presente ensayo. Por el
momento, buscamos definir por criterios absolutamente generales las
propiedades macroscópicas que diferencian los seres vivos de todos los
demás objetos del universo.
Habiendo 'descubierto' que un determinismo interno, autónomo, asegura la
formación de las estruxcturas extremadamente complejas de los seres
vivientes, nuestro programador, ignorando la biología, pero experto en
informática, debería ver necesariamente que tales estructuras representan
una cantidad considerable de información de la que falta identificar la
fuente: porque toda información expresada, o recibida, supone un emisor.
MÁQUINAS QUE SE REPRODUCEN
Admitamos que, prosiguiendo su encuesta, haga en fin su último
descubrimiento: que el emisor de la información expresada en la estructura
de un ser vivo es siempre otro objeto idéntico al primero. Él ha
identificado ahora la fuente y descubierto una trecera propiedad destacable
de estos objetos: el poder de reproducir y transmitir ne varietur la
información correspondiente a su propia estructura. Información muy rica,
ya que describe una organización excesivamente compleja, pero integralmente
conservada de una generación a la otra. Designaremos esta propiedad con el
nombre de 'reproducción invariante' o simplemente 'invariancia'.
Se verá aquí que, por la propiedad de la reproducción invariante, los seres
vivos y las estructuras cristalinas se encuentran una vez más asociadas y
opuestas a los demás objetos conocidos del universo. Se sabe en efecto que
ciertos cuerpos, en solución sobresaturada, no cristalizan, a menos que no
se hayan inoculado a la solución gérmenes de cristales. Además, cuando se
trata de un cuerpo capaz de cristalizar en 2 sistemas diferentes, la
estructura de los cristales que aparecerán en la solución será determinada
por la de los gérmenes empleados. Sin embargo, las estructuras cristalinas
representan una cantidad de información muy inferior a la que se transmite
de generación en generación en los seres vivos más simples que conocemos.
Este criterio, puramente cuantitativo, es necesario subrayarlo, permite
distinguir a los seres vivientes de todos de todos los otros objetos, entre
los que no se incluyen los cristales.
* * * * * * * * * * * *
Abandonamos ahora el programador marciano, sumido en sus reflexiones y
supuesto ignorante de la biología. Esta experiencia imaginaria tenía por
objeto el constreñirnos a 'redescubrir' las propiedades más generales que
caracterizan a los seres vivos y que los distinguen del resto del universo.
Reconocemos ahora que sabemos la suficiente biología (suponiendo que hoy se
la pueda conocer) para analizar de más cerca e intentar definir de forma
más precisa, si es posible cuantitativa, las propiedades en cuestión. Hemos
encontrado 3: teleonomía, morfogénesis autónoma, invariancia reproductiva.
LAS PROPIEDADES EXTRAÑAS: INVARIANCIA Y TELEONOMÍA
De estas 3 propiedades, la invariancia reproductiva es la más fácil de
definir cuantitativamente. Ya que se trata de la capacidad de reproducir
una estructura de alto grado de orden, y ya que el grado de orden de una
estructura puede definirse en unidades de información, diremos que el
'contenido de invariancia de una especie dada es igual a la cantidad de
información que, transmitida de una generación a otra, asegura la
conservación de la norma estructural específica. Veremos que es posible,
mediante ciertas hipótesis, llegar a una estimación de esta magnitud.
Supuesto que, resultará más sencillo comprender más claramente la noción
que se impone con la más inmediata evidencia por el examen de las
estructuras y de las performances de los seres vivos: la de la teleonomía.
Noción que, sin embargo, se revela al análisis profundamente ambigua, ya
que implica la idea subjetiva de 'proyecto'. Recordemos el ejemplo del
aparato fotográfico: si admitimos que la existencia de este objeto y su
estructura realizan el 'proyecto' de captar imágenes, debemos evidentemente
admitit que un 'proyecto' parecido se cumple en la emergencia del ojo de un
vertebrado.
Mas todo proyecto particular, sea cual sea, no tiene sentido sino como
parte de un proyecto más general. Todas las adaptaciones funcionales de los
seres vivos como también todos los artefactos configurados por ellos
cumplen proyectos particulares que es posible considerar como aspectos o
fragmentos de un proyecto primitivo único, que es la conservación y la
multiplicación de la especie.
Para ser más precisos, escogeremos arbitrariamente definir el proyecto
teleonómico esencial como consistente en la transmisión, de una generación
a otra, del contenido de invariancia característico de la especie. Todas
las estructuras, todas las performances, todas las actividades que
contribuyen al éxito del proyecto esencial serán llamadas 'teleonómicas'.
Esto permite proponer una definición de principio del 'nivel' teleonómico
de una especie. Se puede, en efecto, considerar que todas las estructuras
corresponden a una cierta cantidad de información que debe ser transferida
para que estas estructuras sean realizadas y estas performances cumplidas.
Llamemos a esta cantidad 'la información teleonómica'. Se puede entonces
considerar que el 'nivel teleonómico' de una especie dada corresponde a la
cantidad de información que debe ser transferida, proporcionalmente, por
individuo, para asegurar la transmisión a la generación siguiente del
contenido específico de invariancia reproductiva.
Se verá fácilmente que el cumplimiento de un proyecto teleonómico
fundamental (es decir, la reproducción invariante) pone en marcha, en
diferentes especies y grados de la escala animal, estructuras y
performances variadas, más o menos elaboradas y complejas. Es preciso
insistir sobre el hecho de que no se trata sólo de las actividades
directamente ligadas a la reproducción propiamente dicha, sino de todas las
que contribuyen, aunque sea muy indirectamente, a la sobrevivencia y a la
multiplicación de la especie. El juego, por ejemplo, en los jóvenes de
mamíferos superiores, es un elemento importante de desarrollo físico y de
inserción social. Hay pues un valor teleonómico como participante en la
cohesión del grupo, condición de su supervvencia y de la expansión de la
especie. Es el grado de complejidad de todas estas estructuras o
performances, concebidas para servir al proyecto teleonómico, lo que se
trata de averiguar.
Esta magnitud teóricamente definible no es medible en la práctica. Permite
al menos ordenar groseramente diferentes especies o grupos sobre una
'escala teleonómica'. Para tomar un ejemplo extremo, imaginemos un poeta
enamorado y tímido que no osa declara su amor a la mujer que ama y sólo
sabe expresar simbólicamente su deseo en los poemas que le dedica.
Supongamos que la dama, al fin seducida por estos refinados homenajes,
consiente en hacer el amor con el poeta. Sus poemas habrán contribuído al
éxito del proyecto esencial y lainformación que contenían debe pues ser
contabilizada en la suma de performances teleonómicas que aseguran la
transmisión de la invariancia genética.
Está claro que el éxito del proyecto no comporta ninguna performance
análoga en otras especies animales, en el ratón por ejemplo. Pero, y este
punto es importante, el contenido de invariancia genética es casi el mismo
en el ratón y en el hombre (y en todos los mamíferos). Las 2 magnitudes que
hemos intentado definir son pues totalmente distintas.
Esto nos conduce a considerar una cuestión muy importante que concierne las
relaciones entre las 3 propiedades que hemos reconocido como
características de los seres vivos: teleonomía, morfogénesis autónoma e
invariancia. El hecho de que el programa utilizado las haya identificado
sucesiva e independientemente no prueba que no sean simplemente 3
manifestaciones de la misma y única propiedad fundamental y secreta,
inaccesible a toda observación directa. Si este fuera el caso, distinguir
entre estas propiedades, buscar definiciones diferentes, podría ser
ilusorio y arbitrario. Lejos de dar luz sobre los verdaderos problemas, de
centrarse en el 'secreto de la vida', de realmente disecarlo, no estaríamos
más que exorcizándolo.
Es absolutamente verdadero que estas 3 propiedades están estrechamente
asociadas en todos los seres vivientes. La invariancia genética no se
expresa y no se revela más que a través y gracias a la morfogénesis
autónoma de la estructura que constituye el aparato teleonómico.
Una primera observación se impone: el estatuto de estas 3 nociones no es el
mismo. Si la invariancia y la teleonomía son efectivamente 'propiedades'
características de los seres vivos, la estructuración espontánea debe más
bien ser considerada como un mecanismo. Veremos además, en los capítulos
siguientes, que este mecanismo interviene tanto en la reproducción de la
información invariante como en la construcción de las estructuras
teleonómicas.
Que este mecanismo en definitiva rinda cuenta de las 2 propiedades no
implica sin embargo que deban ser confundidas. Es posble, es de hecho
metodológicamente indispensable, distinguirlas y esto por varias razones.
1) Se puede al menos imaginar objetos capaces de reproducción invariante,
incluso desprovistos de todo aparato teleonómico. Las estructuras
cristalinas pueden ser un ejemplo, a un nivel de complejidad muy inferior,
por cierto, al de todos los seres vivos conocidos.
2) La distinción entre teleonomía e invariancia no es una simple
abstracción lógica. Ella está justificada por consideraciones químicas. En
efecto, de las 2 clases de macromoléculas biológicas esenciales, una, la de
las proteínas, es responsable de casi todas las estructuras y performances
teleonómicas, mientras que la invariancia genética está ligada
exclusivamente a la otra clase, la de los ácidos nucleicos.
3) Como se verá en el capítulo siguiente, esta distinción es,
explícitamente o no, supuesta en todas las teorías, en todas las
construcciones ideológicas (religiosas, científicas o metafísicas)
relativas a la biósfera y a sus relaciones con el resto del universo.
* * * * * * * * * * * *
Los seres vivos son objetos extraños. Los hombres, de todos los tiempos,
han debido más o menos confusamente saberlo. El desarrollo de las ciencias
de la naturaleza a partir del siglo XVII, su expansión a partir del siglo
XIX, lejos de borrar esta impresión de extrañeza, la volvían aún más aguda.
Respecto a las leyes físicas que rigen los sistemas macroscópicos, la misma
existencia de los seres vivos parecía constituir una paradoja, violar
ciertos principios fundamentales sobre los que se basa la ciencia moderna.
¿Cuáles exactamente? Esto no parece aún resuelto. Se trata pues de analizar
precisamente la naturaleza de esa o esas 'paradojas'. Ello nos dará la
ocasión de precisar el estatuto, respecto las leyes físicas, de las 2
propiedades esenciales que caracterizan a los seres vivos: la invariancia
reproductiva y la teleonomía.
LA 'PARADOJA' DE LA INVARIANCIA
La invariancia parece, en efecto, desde el principio, constituir una
propiedad profundamente paradójica, ya que la conversación, la
reproducción, la multiplicación de las estructuras altamente ordenadas
parecen incompatibles con el segundo principio de la termodinámica. Este
principio impone, en efecto, que todo sistema macroscópico no pueda
evolucionar más que en el sentido de la degradación del orden que lo
caracteriza (3).
No obstante, esta predicción del segundo principio no es válida, y
verificable, sino considerando la evolución de conjunto de un sistema
'energéticamente aislado'. En el seno de un sistema así, en una de sus
fases, se podrá observar la formación y el crecimiento de estructuras
ordenadas sin que por tanto la evolución de conjunto del sistema deje de
obedecer al segundo principio. El mejor ejemplo nos lo da la cristalización
de una solución saturada. La termodinámica de tal sistema es bien conocida.
El crecimiento local de orden que representa el ensamblaje de moléculas
inicialmente desordenadas en una red cristalina perfectamente definida es
'pagado' por una transferencia de energía térmica de la fase cristalina a
la solución: la entropía (el desorden) del sistema en su conjunto aumenta
en la cantidad prescrita por el segundo principio.
Este ejemplo muestra que un crecimiento local de orden, en el seno de un
sistema aislado, es compatible con el segundo principio. Hemos subrayado,
sin embargo, que el grado de orden que representa un organismo, incluso el
más simple, es incomparablemente más elevado que el que define un cristal.
Es preciso preguntarse si la conservación y la multiplicación invariante de
tales estructuras es igualmente compatible con el segundo principio. Es
posible verificarlo por una experiencia en gran modo comparable a la de la
cristalización.
Tomemos un mililitro de agua conteniendo algunos miligramos de azúcar
simple, como la glucosa, así como sales minerales que comprendan los
elementos esenciales partícipes de la composición de los constituyentes
químicos de los seres vivos (nitrógeno, fósforo, azufre, etc.). Sembremos
en este medio una bacteria de la especie Escherichia coli, por ejemplo
(longitud 2m , peso 5x10 a la -13 g aproximadamente). En el espacio de 36
horas la solución contendrá miles de millones. Constataremos que alrededor
del 40 % de azúcar ha sido oxidado a CO2 y H2O. Efectuando el experimento
en un calorímetro se puede determinar el balance termodinámico de la
operación y constatar que, como en el caso de la cristalización, la
entropía del conjunto del sistema (bacterias+medio) ha aumentado un poco
más que el mínimo prescrito por el segundo principio. Así, mientras que la
estructura extremadamente compleja que representa la célula bacteriana ha
sido no solamente conservada sino multiplicada millares de millones de
veces, la deuda termodinámica que corresponde a la operación ha sido
debidamente regularizada.
No hay, pues, ninguna violación definible o mesurable del segundo
principio. Sin embargo, asistiendo a este fenómeno, nuestra intuición
física no puede dejar de turbarse y de percibir, todavía más que antes del
experimento, toda la rareza. ¿Por qué? Porque vemos claramente que este
proceso está desviado, orientado en una dirección exclusiva: la
multiplicación de las células. Éstas, ciertamente, no violan las leyes de
la termodinámica, todo lo contrario. No se contentan con obedecerlas; las
utilizan, como lo haría un buen ingeniero, para cumplir con la máxima
eficacia el proyecto, realizar 'el sueño' (F.Jacob) de toda célula: devenir
células.
LA TELEONOMÍA Y EL PRINCIPIO DE OBJETIVIDAD
Se ensayará, en un próximo capítulo, dar una idea de la complejidad, del
refinamiento y de la eficacia de la maquinaria química necesaria para la
realización de este proyecto que exige la síntesis de varias centenas de
constituyentes orgánicos diferentes, su ensamblaje en varios millares de
especies macromoleculares, la movilización y la utilización, allá donde sea
necesario, del potencial químico liberado por la oxidación del azúcar, la
construcción de los orgánulos celulares. No hay, sin embargo, ninguna
paradoja física en la reproducción invariante de estas estructuras: el
precio termodinámico de la invariancia está pagado, lo más exactamente
posible, gracias a la perfección del aparato teleonómico que, avaro de
calorías, alcanza en su tarea infinitamente compleja un rendimiento
raramente igualado por las máquinas humanas. Este aparato es enteramente
lógico, maravillosamente racional, perfectamente adaptado a su proyecto:
conservar y reproducir la norma estructural. Y ello, no transgrediendo,
sino explotando las leyes físicas en beneficio exclusivo de su
idiosincrasia personal. Es la existencia misma de este proyecto, a la vez
cumplido y perseguido por el aparato teleonómico lo que constituye el
'milagro'. ¿Milagro? No, la verdadera cuestión se plantea a otro nivel, más
profundo, que el de las leyes físicas: es el de nuestro entendimiento, de
la intuición que tenemos del fenómeno de lo que se trata. No hay en verdad
paradoja o milagro: simplemente una flagrante contradicción epistemológica.
La piedra angular del método científico es el postulado de la objetividad
de la Naturaleza. Es decir, la negativa sistemática de considerar capaz de
conducir a un conocimiento 'verdadero' toda interpretación de los fenómenos
dada en términos de cusas finales, es decir de 'proyecto'. Se puede datar
exactamente el descubrimiento de este principio. La formulación, por
Galileo y Descartes, del principio de inercia, no fundaba sólo la mecánica,
sino la epistemología de la ciencia moderna, aboliendo la física y la
cosmología de Aristóteles. Cierto: ni la razón, ni la lógica, ni la
experiencia, ni incluso la idea de su confrontación sistemática hab´+ian
faltado a los predecesores de Descartes. Pero la ciencia, tal como la
entendemos hoy, no podía constituirse sobre estas únicas bases. Le faltaba
todavía la austera censura planteada por el postulado de objetividad.
Postulado puro, por siempre indemostrable, porque evidentemente es
imposible imaginar una experiencia que pudiera probar la no existencia de
un proyecto, de un fin perseguido, en cualquier parte de la naturaleza.
Mas el postulado de objetividad es consustancial a la ciencia, ha guiado
todo su prodigioso desarrollo desde hace 3 siglos. Es imposible
desembarazarse de él, aunque sólo sea provisionalemente, o en un ámbito
limitado, sin salir del de la misma ciencia.
La objetividad, sin embargo, nos obliga a reconocer el carácter teleonómico
de los seres vivos, a admitir que en sus estructuras y performances
realizan y prosiguen un proyecto. Hay pues allí, al menos en apariencia,
una contradicción epistemológica profunda. El problema central de la
biología es esta contradicción, que se trata de resolver si es que no es
más que aparente, o de declararla radicalmente insoluble si así
verdaderamente resulta ser.
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